FIB2002: ARTÍCULOS DE MANOLO MARTÍNEZ | ||||
columna de manolo para "fiberfib.com" (la versión online del "fiber") |
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artículos en los que manolo se inventa anécdotas relacionadas con los trenes protagonizadas por algunos artistas que actuaban en el festival |
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sábado 3: BEA (NOSOTRASH) Y EL TREN | ||||
¿Quién conoce a Bea de Nosoträsh? Pues realmente, y bien, nadie. Pero Manolo sí, y con ella inicia sus crónicas personales desde el backstage del Festival. Ambos charlan, ella recuerda y él transcribe. "Pues, ¿qué quieres que te cuente? Primero, que no se me ocurre nada, y luego que lo que se me ocurra no será interesante. Eso ya lo sabes; es igual para todo el mundo. No hay ninguna coincidencia, ningún sainete, por descacharrante que parezca, que resista el ser explicado. Una lo cuenta y todo aquello que parecía recortarse contra el fondo de lo que pasa cada día, pues no: se diluye en forma de lo mismo de siempre. Por ejemplo, hay un charco en la carretera, una se acerca con el coche y se acabó el charco. Lo peor (lo mejor, lo mismo, otra cosa que se me ocurre según vamos hablando) es que ya lo sabías. Imagina que tuviéramos tantas ganas de hacer el tonto como para decir: 'qué contrariedad, se nos va a mojar el coche en ese charco. La próxima vez no lo lavo antes de salir por esta carretera tan llena de charcos'. Pero nadie dice eso. La gente sabe que los charcos son un efecto del calor. Nada de agua: el calor. Lo mismo pasa con lo que pueda explicarte ahora. A mí me gusta acordarme, pero es efecto del calor o de algo parecido, igual de inconsecuente. En fin, si te empeñas: Cuando tenía once o doce años decidí organizar un "Club Asturiano de Amigos del Tren". Es que me en-can-ta-ban los trenes. Como daba clases de guitarra en Oviedo, solía tomarlo cada día y no te imaginas qué ganas le ponía a la cosa: la estación por fuera ya me parecía llena de maravillas. Solamente el tejado a dos aguas y el reloj hubieran sido suficientes, pero es que además había una placa roja metálica de RENFE, un anuncio de Schweppes que recomendaba que 'Si Tiene Sed Tire De La Anilla', una caseta de la ONCE y un pobre de los de repetir letanías. Cosas que juntas y por separado me parecían sofisticadas y misteriosas; de ciudad más grande que Gijón. Luego comprábamos el billete y, como siempre llegábamos con tiempo, nos dábamos un paseo por las tiendas del vestíbulo: mi madre buscaba nueces de Macadamia y yo cogía dos esponjitas gigantes (nubes, marshmallows, no sé cómo les llamarás tú) que costaban veinte duros y que me metía en seguida enteras en la boca. Entonces, masticando sin poder apenas respirar, nos acercábamos al tablero electrónico y buscábamos desde qué vía salía el nuestro. Yo también me informaba sobre el resto de trenes del panel y me aseguraba de que la cosa funcionara realmente: si decía que "cercanías destino León vía 4", pues yo comprobaba que la chica que hablaba por el altavoz dijera lo mismo y que realmente luego hubiera un tren y un León y un vía 4. Luego informaba a mi madre de que todo cuadraba perfectamente y cuando era la hora nos metíamos en el nuestro. El viaje duraba apenas veinte minutos, pero a mí me cundía muchísimo: me leía -o recitaba de memoria según pasaba los ojos por el texto- lo de "no abrir las puertas fuera de las paradas, que serán anunciadas con suficiente antelación" y una rúbrica que apelaba a la ley del 1872, me encargaba de que el revisor troquelara nuestros dos billetes, dejando dos heridas triangulares, perfectas. Miraba por la ventana. Así que se me ocurrió que sería una idea organizar un club para la gente que prefería montar en tren a cualquier otra cosa. Hablaríamos todo el día sobre el tema "estar en una estación", y haríamos excursiones largas por la cornisa cantábrica, hasta Finisterre, y luego hacia Francia y Alemania, en tren, comiendo bocadillos y sacando cosas ricas de unos Tupperwares que nos habrían llenado nuestras madres. Me inventé un logo, recortando letras, hice unos carteles en DIN A4 con slogans tipo "Si te gusta el tren ven al Club Asturiano de Amigos del Tren" y los pegué por todas partes. Pensé en organizar rifas para financiar el club; a lo mejor hacer participaciones de lotería de Navidad. Yo creía que en seguida me escribiría un montón de gente que sentía lo mismo al acercarse a la estación de Gijón y que no podría imaginar una manera mejor de pasar el sábado que ir de excursión a Astorga en un Regional Express, pero lo cierto es que no escribió nadie. Yo esperaba cada día, cuando mi padre dejaba el correo encima de la mesa del salón, que alguien hubiera leído mis carteles y que hubiera apuntado mi dirección. Esperaba cartas con confesiones de amor al tren y admiración hacia mí por haber tenido esa estupenda idea y tanta iniciativa, siendo tan joven. Un chico que me escribiera y luego viniera a buscarme con dos billetes para Salas, provincia de Oviedo. Otro club de amigos del tren muy lejos de Asturias que se enterara de lo que había organizado y me propusiera un programa en colaboración de eventos ferroviarios. Pero lo cierto es que no escribió nadie. Le dediqué mucho tiempo a este tema, en serio. Lo que pasa es que los trenes no le gustan a nadie, también porque el avión y las autopistas tienen mucha más gracia, a bote pronto. Yo, en cambio, cada vez que el conductor del metro frena un poco demasiado y se huele esa especie de aceite quemado, me acuerdo; y me volvería a liar a pegar folios a los escaparates sobre el Club Asturiano del Tren, o como narices se llamara." [Manolo Martínez] |
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domingo 4: DAVID (BEEF) Y LOS TRENES | ||||
Me he pasado toda la tarde hablando de trenes con la gente. A raíz de la historia de Bea, quien más quien menos se ha acordado de algo que tenía que ver con el tema y me lo ha estado contando. Por ejemplo, me he encontrado por la calle unos chicos que han venido al festival desde Dos Hermanas y se me han acercado para explicarme lo que les pasó hace un par de años. Según parece, subían desde Sevilla al País Vasco con la idea de hacer el camino de Santiago y, a la altura de Calancha -un apeadero de Despeñaperros- se 'descolgó la catenaria'. Tuvieron que pasarse siete horas en aquel sitio, sin poder salir del tren. Como era verano y hacía un calor insoportable, los empleados empezaron a repartir botellas de agua a través de las ventanillas; y, aunque al principio el reparto iba bien, de pronto, espontáneamente, se organizó una especie de sindicato del crimen de las botellas de agua: una señora y sus familiares montaron una cadena y consiguieron retirarlas de la circulación en cuestión de minutos. De pronto, no había más agua y todas las botellas estaban en el compartimento de la señora, donde ella y sus familiares se habían hecho fuertes cerrando con el pestillo por dentro. La cosa hubiera quedado así, probablemente, si no fuera porque uno de los chicos de Dos Hermanas llevaba una bomba fétida y la hizo rodar por debajo de la puerta del compartimento, hasta ir a explotar dentro, contra el zócalo del aire acondicionado. La familia tuvo que acabar saliendo y la gente cogió el agua. Me contaban estos chicos que cuando volvieron de Santiago y pasaron por Calancha hicieron una especie de homenaje-ceremonia bebiendo a morro de botellas de agua mineral y gritando 'Feliz Calancha'. David, el de Beef, también tiene una historia: iba subido en un tren con toda su clase de 5o de EGB, de excursión, mirando por la ventana, y de pronto pega un frenazo en seco y cuando están parados se abre la puerta del vagón y entra el revisor. Se acerca a la maestra, se la lleva a un rincón y le dice algo al oído. La pobre chica, que estaba de interina sustituyendo a la tutora justo el día en que tocaba organizar la salida, les dice a todos que bajen del vagón despacito y ordenados que no pasa nada pero hay una amenaza de bomba. Claro, alguno que ya estaba un poco mareado del traqueteo, acabó de perder la serenidad y vomitó miserablemente sobre el asiento de delante, otros se escondían debajo de los asientos y se echaban a llorar; los más bestias estaban encantados y se daban cabezazos entre ellos gritando onomatopeyas bélicas. David, que de pequeño era muy serio, bajaba del vagón pensando en qué sería de él; no es que tuviera miedo, pero le daba un poco de pena tener que vivir solo a partir de entonces. Porque estaba clarísimo: el tren explotaba, su madre pensaría que había muerto y él tendría que caminar por la vía hasta llegar a un pueblo y buscar un trabajo o pedir limosna. Ya se empezaba a alejar cuando le cogió la maestra por el cuello de la camisa, y tú adonde vas. J. C., que estaba por allí buscando a una amiga suya, se nos acercó a David y a mí y nos dijo que lo que él hacía era ir a la estación de su pueblo y, cuando había trenes de mercancías de los que llevan coches nuevos a los concesionarios, trepaba a uno, le rompía la ventanilla con una piedra, abría la puerta, accionaba el contacto -siempre tenían las llaves puestas- y se lo llevaba a dar una vuelta por un polígono. Lo rozaba con la pared, le abollaba las puertas a patadas, lo ponía al final de una cuesta abajo y se abalanzaba sobre él subido en un contenedor de basuras. Por último, se quedaba con: la cabeza de la palanca de cambios, los reposacabezas de los asientos delanteros y la bandeja del maletero, que la quería para cortarla y hacerse un uniforme tipo superhéroe. Eso nos contó; tampoco es que nos lo creyéramos del todo. Así estábamos, sentados los seis en corro -los chicos de Dos Hermanas, J.C., David, Bea y yo, cuando de pronto se acerca Robert Smith y nos dice que nos ha estado oyendo y que está de acuerdo en que el tren es un medio de transporte muy romántico, además de ser muy poco contaminante y no poder sufrir atascos, como el coche. Que él, si puede elegir, siempre va en tren a los sitios y que si sabemos que uno se puede comprar un tren si quiere pero lo difícil es conseguir los permisos para circular, que aun así los permisos se consiguen y que entonces es una gozada, porque puedes ir a cualquier parte donde llegue una vía y, además, como el tren es tuyo, lo puedes conducir. [Manolo Martínez] |
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lunes 5: ...Y LOS TRENES | ||||
Cuando acabó de hablar se nos quedó mirando. Lo normal
hubiera sido hacer algún comentario, pero nosotros teníamos
la vista vuelta hacia abajo, hacia el césped, y no dijimos nada.
Sin embargo, no resultó embarazoso: nos pasábamos mucho
tiempo callados, mirando hacia el césped; no era nada personal.
"Siempre lo voy a tener encima. Me puedo dar la vuelta en la cama, o columpiarme sobre la silla a dos patas. Hay soluciones parciales y maneras de esquivar la pregunta: se decide que está mal planteada. Pero es como el pico de la mesa, una hoja del periódico. Yo te conozco. Me acuerdo de esto. Voy a acordarme de esto." nos decía sin dejar de mirarnos. Luego ya no nos miraba. Pasaron cuarenta minutos. David y los de Dos Hermanas discutían acaloradamente sobre si es lo mismo ver una imagen en un espejo que verla en una pantalla de vídeo translucida, desde detrás. Los de Dos Hermanas improvisaban unas sutilezas, sobre la copia y el original proyectado, que David no se tragaba de ninguna manera: "Por ejemplo, la camiseta del cantante se lee al revés. ¿Cómo se leería en un espejo? Al revés. ¿Cuántos reveses hay? Un revés. Un derecho y un revés. Si sólo se puede elegir de una lista de un elemento y hay que elegir dos veces, se tiene que elegir el mismo elemento las dos veces. La misma cosa: lo mismo." "Te falta sofisticación, David. No hay cosas más diferentes que una imagen que viene de un espejo y otra que viene directamente desde el objeto original, o más bien, que es el objeto original de todas todas. El espejo fabrica copias, lo otro es como es. Si a ti te parece que algo que es como es está al revés, es porque tendrás expectativas acerca de cómo debe ser, cómo deben trazarse las letras de una camiseta. Pero, de tus expectativas, los objetos no tienen la culpa" "¡Mis expectativas! ¿Os estáis oyendo?". J. C. no se tenía derecho, y se había dejado caer sobre Bea. Seguía pelando el césped con la mano que no tenía dejada puesta sobre el regazo de Bea. No se miraban porque J. C. tenía la cara vuelta hacia abajo y Bea estaba atenta a la bendita pantalla de vídeo translucida. Le acariciaba distraídamente la cabeza. Se recomponían cada poco: ahora ella se echaba para un lado, ahora él se daba la vuelta por el lado más largo. Se cansaban de la postura y cambiaban, les apetecía más la postura de antes y volvían a cambiar. Se apoyaban en una bala de paja (Bea) y en el hombro de Bea (J.C.). Se flexionaban tres rodillas a la vez y se rascaba un codo de césped y piedrecitas. Intercambiaban unas palabras "¿Te molesto?" "Qué va, ¿tú estás cómodo así?". Aparecía uno de aquellos hijos de roadie, un niño fuera de sí, gritando y golpeando con los puños. J.C. levantaba la cabeza un momento para buscar la causa del escándalo, sonreía a Bea y la volvía a dejar caer pesadamente sobre su falda. El niño nos gritaba algo a los demás, en inglés, se estiraba de la camiseta hasta las rodillas y luego seguía corriendo desaforadamente en dirección a la zona de prensa. "¿A lo mejor tú crees que las cosas están al derecho o al revés en el mundo real, sin contar contigo?" "Que sí, que ya sé por dónde vais. Vais de buscar diferencias donde no las hay. Pues nada, cada uno se divierte como quiere. Lo que yo digo está muy clarito: si os pongo delante una foto de una camiseta en una pantalla de video vista desde atrás y otra foto de la misma camiseta en un espejo visto desde delante, no podríais distinguirlas, por toda la "expectativa" y todo el "objeto original" que queráis. Acabaríais como catadores cogidos en falso, que puntúan un vino bien y otro mal según el nombre, y luego se destapan las botellas y son el mismo vino." "Te estás equivocando con nosotros. Lo único que decimos es que todos ponemos de nuestra parte cuando miramos algo. Igual que las abejas ven colores más allá del violeta y nosotros no, lo mismo pasa con cómo ve cada uno las cosas. Las verá depende, según lo que le han enseñado, lo que le interesa o cómo le ha ido en la vida." Yo tampoco me tenía derecho. Me había levantado varias veces para ir a orinar, pero me acababa volviendo a sentar, por pereza. Pasaron casi cuarenta minutos otra vez. Oíamos la música que sonaba fuera. Fuimos a dar una vuelta, los siete. Acercábamos la nariz a los altavoces porque uno de nosotros comentó que es divertido sentir vibrar las aletas al ritmo del bombo. Casi pareció que íbamos a sacar la lengua y a tocar los altavoces, pero al final no. Pareció imprescindible sincerarse, y todos dijimos que siempre estábamos hablando de lo mismo, a la vez. Qué coincidencia terrible; pues nada, es la última vez que se habla de lo mismo. A partir de ahora, a hablar de lo diferente. Nos daba la risa: hablar de lo diferente. David fue el único que desarrolló el tema con algún rigor. Le iba contando a los de Dos Hermanas que hablar de lo diferente, "podría ser que se acercara a haber encontrado algo por fin que fuera una posibilidad". "Concreta", se reían ellos. "Una posibilidad, ¿de qué vais? Más claro imposible". "Pues está claro, ¡vamos a buscar una posibilidad!". Si podían asaltar un compartimento de tren con bombas fétidas, esto de las posibilidades no iba a tener secretos. Según se vio, se trataba de ligar: se acercaban los de Dos Hermanas a las chicas de la carpa y les iban preguntando "Oye, ¿no habrás visto por aquí una posibilidad?". Quizá porque iban con Robert Smith, no se resistía ninguna; todas les seguían la broma. "Ah, sí, yo tenía una posibilidad entre un millón", "¡Una posibilidad, qué miedo!". Enseguida se estaban besando en un rincón con unas muchachas. David habría acabado por enfadarse con tanta broma a su costa, pero Bea y J.C. se estaban besando también y me los señalaba sonriendo. Ni David, ni Robert Smith ni yo teníamos previsto besar a nadie, así que ya nos íbamos otra vez al césped cuando Robert Smith se paró en seco y cogiendo a David del hombro con la mano buena y amagando por encima de mi hombro con la otra mano, dijo: "monedas en la vía y recogerlas aplastadas una familia de vuelta de vacaciones una niña sedada con media pastilla literista en su bar de la estación a las tres de la mañana una pareja de un inmigrante es alemana su novio toca en un grupo se cierra por dentro se mira por la ventana se refleja por la noche se rompe el pestillo se derrama el café la botella de agua como siempre el paso a nivel desde fuera desde dentro el paso a nivel se levanta los bichos una cigarra un clavo un túnel camarote oxidado el matojo traviesas y recogerlas aplastadas el freno el rebote una niña media pastilla les bajo la litera y recogerlas buenos que tengas un días buen verano una traviesa entre bacón y vagón trabajo en una estamos llegando ya cuanto hace que no los cascos las cassettes una bolsa llena de una cuchara para el yogur dentro de cinco hace cuatro por la mañana por la noche por la mañana por". [Manolo Martínez] |
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